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Trabaja en un castillo, es así como él llama a la residencia y centro de día, es el malabarista del fuego, el cocinero.
Pasó la pandemia, empezó a interesarse con los usuarios que tenían disfagia, se metió en la piel de esas personas, investigó, probó y elaboró adaptar el menú basal a estas personas.
Ha pasado varios años, intentando hacer magia con el fuego, contando historias a través de platos sencillos, intentando ofrecerles a esas personas un aliciente para que fuera un placer ese momento del día, pese a su problemática, inculcándoles el amor al trabajo bien hecho, apreciar un plato elaborado, a conocer, recordar y transmitir esas sensaciones que daba una simple crema de verdura. Cuidando al máximo la presentación, texturas, sabor, color, vajilla.
Recurrió a métodos para que metieran la cuchara en algún plato, como aquella vez que se le ocurrió mandarles unas palabras contándoles lo que sentía al hacerlo, y les encantó. Otras veces les decía que intentaran adivinar los ingredientes que ponía en el plato, recurría a ganchos en una elaboración que no les gustaba para que probaran y desterraran la negativa.
Alguna vez, dejando tareas que tenía, subía en persona a esa planta, rogó que le liberaran unos minutos de sus tareas para hablar con ellos, como siempre primaba más el factor económico que las personas, intentaba de alguna manera contactar con ellos, y ofrecerles lo que pedían.
Para él todos los días era el día de la disfagia, y se volcaba en ellos.
Se documentaba con lo que leía por redes, a base de pruebas y errores, machacando a la logopeda a cualquier hora, fue escalando, aprendiendo más cosas sobre esa problemática, llegando a un punto que necesitaba más.
En días malos que no llegaba donde quería y en su obsesión de hacerlo bien le costaba sufrir por fallar, algunas personas, sus puntales que creían en su trabajo y en su pasión, le daban asilo en forma de palabras y a la vereda de sus brazos se refugiaba en ellas, Gema, Maite, Amparo, Nati, su garrota Reme.
Hubo veces que pensó en abandonar el lugar, días que estaba hasta arriba de trabajo, sin ayuda, pero siempre tenía a alguien que le reconfortaba y le decían que no entrara en el juego de los agoreros, las guerras de familia y lenguas viperinas, mandadoras y herederas, él estaba por encima de eso. Solo le interesaba el día a día de esos usuarios, algunos muy jóvenes, e inculcarles esas historias que narraba a través del lienzo, en su caso un plato.
Empezó a escribir y documentar de manera gráfica lo que hacía y lo que sentía al elaborar esos platos, con el tiempo conoció sus gustos y entró en una dinámica que le gustaba, olvidándose de las penurias, la falta de presupuesto, las manos de un ayudante, y solo veía lo positivo, esas caras felices de las personas, esa satisfacción por como disfrutaban, pero también aceptando sus críticas constructivas y agachando la cabeza para pedir perdón por fallar alguna vez, mirándolos a los ojos de tú a tú, con humildad, nadie era más que nadie, él simplemente era el malabarista del fuego.
Aceptó, pero no compartió, la decisión de no salir de su sitio, la cocina, que realmente era su cometido. Su contrato era cocinar, no entraba tener una relación con los usuarios, era eso cuestión de otros compañeros, al ser un idealista pensaba que conocer, hablar, darles algo más a esos usuarios que les hacía felices no era su cometido, era inviable para un simple cocinero que tan solo tenía que hacer comida.
Se encerró en su cocina, y se volcó en perfeccionar su trabajo, intentando que cada plato que salía de sus manos fuera impecable, el feedback venía de sus cuidadoras o mensajes con ellos. Intentaba no crear problemas porque salir de la línea marcada estaba mal visto. No le importó, le dolió no poder tener esa relación que quería con ellos para que le dijeran como habían comido, que querrían, que falló… Eso se quedaba por el camino.
La cocina ganó y perdieron las personas. Él dedicaba más tiempo ayudar a sus compañeras, hacia más friegue, a cambio se perdió un modelo único, donde las personas quedaron un poco relegadas, alejadas de un diálogo con aquel tipo que trabajaba con el fuego, al menos intentó darles el valor, la importancia que se merecían, escucharlos, mimarles, entenderles, asumir sus críticas, y sus alabanzas, todo aquello se perdió.