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- Escrito por Elena Casas | Cuidadora Familiar
Mi nombre es Elena, tengo 36 años, soy de valencia, casada con 2 niños de 4 y 6 añitos. Desde mi infancia he sido una niña muy enérgica, inconformista, luchadora y con gran capacidad para afrontar los problemas que han ido surgiendo a lo largo de mi vida.
Mi padre siempre me decía que servía para ser abogada, por la cantidad de recursos y salidas que encontraba a cualquier situación, aunque yo lo que realmente quería ser, era guardia civil jeje.
Considero que he sido una persona feliz, y que he ido sorteando bien las adversidades.
De pronto la vida decidió, bajarme de ese “estatus estable” para darme una lección que hizo que la venda cayera de mis ojos, y para siempre.
El diagnóstico de una cardiopatía grave de mi hija de 2 añitos y de una leucemia aguda de mi marido. Ese el comienzo de mi gran trabajo, cuidar de mi familia, sobrevivir mientras todo gira tan rápido a mi alrededor que no me da tiempo a digerir nada, solo decido actuar.
Mi niña, con 2 añitos, grave en una uci mas de un año, 2 operaciones de corazón. Me dolía ver a mi nena durmiendo en una almohada que no era la suya, durmiendo en un box en lugar de la preciosa habitación preparada con tanto amor para su llegada, sin poder usar sus juguetes, una habitación llena de amor, pero vacía.
Mi hija es mi gran ejemplo de superación, como madre yo estaba deshecha totalmente y además me encontraba embarazada de mi segundo hijo.
Cada día, cuando despertaba hacíamos juegos, dibujábamos, nos maquillábamos, una madre es capaz de inventar lo que sea en esos momentos, excepto cuando te pregunta… Mama, ¿por qué mi corazón se enfada y no está contento como el del resto de niños de mi clase?
La pregunta mas difícil de mi vida.
Tomé aire y le respondí que a algunos niños se les enfadaba la barriguita, a otros se les enfadaba la garganta y que todo es pasajero, que ella también se curaría.
No había hecho más que empezar mi “nueva realidad” de la vida cuando a mi marido con 40 años, le diagnostican una leucemia mieloide aguda. Otra vez esa sensación, todo volvía a girar rápido, muy rápido, me dieron la noticia por teléfono, debido al COVID. Todo giraba, quedé en shock, vomité, y me decía a mi misma que no podía ser, solo había ingresado por una amigdalitis aguda, pero no, es una lotería, y de nuevo nos tocó de pleno.
Tocaba actuar de nuevo, cogí todo el equipaje de mis hijos, los llevé a casa de mis padres y me fui a hacer una pcr para estar lo antes posible con el, al menos en su primera quimio. Llegué esa noche al hospital, y nos pusimos el “mono de trabajo” como yo le llamo, al pijama del hospital. Nos esperaba por delante un camino muy duro.
Ver como quien para mi es mi vida, comienza a deteriorarse tan rápido, a necesitarte para todo, a no poder ir al baño ni vestirse solo, su aspecto físico, hasta su voz cambia… eso es difícil de superar, ver como cae el pelo y los kilos vuelan por días…8 meses de ingresos largos, 3 o 4 semanas cada vez, sin ver a nuestros hijos.
Suerte de que desde la ventana de la habitación veíamos el edificio de mis padres y nos sentíamos cerca de los niños. Mi padre recién jubilado y mi madre, también se han graduado en la crianza en medio de esta situación difícil, me gustaría que supieran que gracias a ellos hemos podido soportarlo. Todo ha sido un poco mas fácil
Los acompañantes nos convertimos en enfermeros, médicos, auxiliares, psicólogos, y nadie nos prepara, nos toca velar por ellos, estar atentos a todo y sufrir con ellos todos los momentos incluso en los que quieren tirar la toalla, pero hay que luchar ES EL PRECIO DE LA VIDA, y nosotros seguiremos luchando.
Yo me he hecho voluntaria para ayudar a niños hospitalizados que por circunstancias no pueden estar acompañados, al final, mi vocación no fue la guardia civil, ni abogada, fue ayudar a los demás.