- Escrito por Marta Ardizone
Mucho más que un trabajo
Diego es cuidador profesional. Con su relato contando su experiencia como director de un centro de día se comprueba que su trabajo es mucho más que eso. Si quieres votar por la historia de Diego comparte su relato por las redes sociales.
Me llamo Diego, soy trabajador social y director del Centro de Día de Mayores El Enebral. Digo lo que soy porque es lo que cada día me recuerda que, a pesar del estrés que nos mueve en esta vida, son muchos los motivos por los que seguir luchando en ayudar a nuestros mayores.
Mi trabajo como director en muchos casos se estipula que debo ser una persona seria, sentada en un sillón tras un ordenador y ocupado en dar salida a toda la burocracia que rodea cualquier institución (por muy social que sea). Pero me considero un director extraño. Un director que quizá por mi perfil social, quiere concebir el centro como un lugar de acogimiento, un lugar donde dar cabida al cuidado de nuestros mayores en todos los aspectos, pero a su vez convertir a la familia en actor principal en dicha convivencia.
La familia necesita de nuestra comprensión, necesita respuestas, necesita nuestro apoyo, necesita saber que no caminará sola y que en ese camino le acompañan no solo unos buenos profesionales, sino personas comprometidas.
En este sentido, quiero recordar un caso que viví hace poco. La familia de Francisca acudió al centro preocupada por la mala evolución en las últimas fechas. Acudieron su marido y uno de sus hijos. Nos pusieron en antecedentes de todas sus patologías y quedamos en comenzar una rutina en el centro de día. Los primeros días fueron muy difíciles, estando Francisca muy apagada, con claros síntomas de apatía, tristeza y desesperación.
Es cierto que en muchos de estos casos siempre hay un componente de “manipulación” para no venir al centro y lo recomendable es siempre dar un periodo de adaptación.
Un centro de día debe ser un lugar de acogimiento para dar cabida a nuestro mayores y donde la familia sea el actor principal
De cara a conseguir esa adaptación yo mismo me ofrecí a ir al domicilio para intentar que acudiera al centro, ya que su esposo era incapaz de hacerse con ella. Efectivamente, en este caso había una problemática clínica, pero también había ese componente de manipulación del que hablamos.
Cuando bajábamos por el portal para montarnos en el transporte del centro, Francisca se dejó caer. Ante esta situación, decidí cogerla al más puro estilo “El Guardaespaldas” y conseguí llevarla hasta el transporte. A partir de este momento y cuando su estabilidad clínica se lo permitió poco a poco fue siendo más colaboradora. Creó un vínculo de confianza conmigo y la adaptación al centro cada día fue a mejor.
Desgraciadamente sus problemas clínicos la hicieron pasar por malos momentos en el hospital, hasta el punto de estar catorce días en coma. La visité en el hospital el segundo día tras el ingreso y Francisca no despertó. Pero cuando todo hacía presagiar un triste final, tras dos semanas, Francisca comenzó a despertar.
Una vez pude, fui a visitarla al Hospital. La encontré débil, dormida, pero con un semblante de tranquilidad. Cuando a su oído la susurré que Diego había ido a verla, de repente abrió sus dos ojazos azules y me regaló una de las miradas y de las sonrisas más bonitas que consigo recordar.
Pasé un buen rato riéndome con ella y haciendo planes para cuando saliera del hospital. Su marido, cuando me despedía de ellos, me dijo que hacía tiempo que no veía en su rostro esa expresión de felicidad.
Esa mirada, esa sonrisa, esas palabras son todo lo que un profesional de lo social necesita para entender que lo que hacemos es mucho más que un trabajo.
Diego Fernández Tejido
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