- Escrito por Alejandro Berraquero
La enfermedad del olvido
Hoy no es el Día Mundial del Alzheimer. Tampoco se ha encontrado una cura a esta enfermedad ni se han invertido más fondos del Estado en luchar contra ella. No, nada de eso. Pero quizás, por el hecho de que este texto no tiene ningún motivo aparente, es más necesario que nunca.
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Mi madre está llorando en el sofá mientras mi padre la abraza intentando consolarla.
Otra vez.
Mi abuela está vestida de calle, con su bolso bajo el brazo, intentando abrir la puerta de la calle, que está cerrada con llave.
Otra vez.
Yo estoy en el sofá, mirando absorto el suelo, intentando asimilar lo que acaba de suceder.
Otra vez.
Es el mismo guión pero escrito en una fecha distinta. Todo parece una mera fotocopia que por desgracia no dejamos de leer.
En él se describe cómo mi abuela, Matilde, es traída a mi casa y sentada en el sillón y acto seguido, se enciende la televisión y se busca alguna programación que le entretenga, como el programa de María Teresa Campos o la telenovela de sobremesa de Antena 3. “La del curita”, como ella la llama. Al menos eso le calma.
En él también se habla de por qué sucede todo esto. Y es que mi madre recibió minutos antes una llamada en la que le decían que fuese corriendo a casa de mi abuela, porque había atacado a su cuidadora al tiempo que gritaba un “te voy a matar” que hacía de banda sonora.
Matilde no es consciente de lo que hace y nunca lo será porque no se lo diremos. Y desgraciadamente, aunque se lo dijésemos, al tiempo se le olvidaría.
Ya lo entiendes, ¿no? Matilde padece una de las peores enfermedades que existen. Es esa que te mata, pero que te deja seguir viviendo. Destruye lo que fuiste, lo que quisiste, lo que soñaste. Te destruye a ti, a la persona que eres, pero te deja seguir respirando. Y lo más triste de todo es que ni siquiera te enteras. Es la enfermedad del olvido.
Matilde, mi abuela, tiene Alzheimer.
No sé cómo se sentirá cada vez que habla sola con alguien que ella se imagina que está allí, cuando nos mira y nos confunde con otras personas o simplemente no nos reconoce, pero nosotros nos sentimos mal. Muy mal.
Cuando mi mirada se cruza con la de mi madre veo que en sus ojos, aparte de tristeza, hay cansancio. Y es que últimamente duerme poco. No es que trasnoche, ni mucho menos, es algo mucho menos divertido que eso.
Cada sábado y domingo mi abuela se queda a dormir en mi casa, ya que su cuidadora –sí, la misma a la que ha amenazado de muerte –no trabaja los fines de semana. Y obviamente, a quien le toca cuidarla en esas circunstancias es a su hija, mi madre.
Mi madre duerme en un colchón que pone a los pies de la cama en la que descansa mi abuela. Si no a saber qué podría hacer mi abuela, una anciana de 72 años, al desvelarse por la noche y no haber nadie que le impidiese bajar las escaleras o hacer cualquier otra cosa que su deteriorada mente quisiera.
Pero no todo se resume a eso. Ojalá. El Alzheimer no solo la inutiliza, no solo destroza sus recuerdos y le crea paranoias, sino que la vuelve una persona violenta.
Cuando digo violenta me refiero a eso que la hace amenazar de muerte a la mujer que la cuida, eso que provoca que mire mal a quienes están más cerca de ella y que el amor que sentía por sus seres queridos se transforme en odio.
Desconozco si de verdad odia a su cuidadora y a su hija, pero es lo que demuestra. Les ataca constantemente, con unas palabras tan crueles que, sin duda, dichas por cualquier otra persona serían imperdonables. Pero que a ella hay que escucharlas día a día.
El hecho del odio a mi madre quizás venga por el dinero. Me explicaré. El hecho de estar enferma le hace imposible manejar su propio dinero, ya que lo despilfarraría, lo gastaría en cosas sin sentido o incluso lo perdería. Por eso mi madre tuvo que quitarle la cartilla de ahorros. Esto a mi abuela le sentó, por decirlo de una manera suave, muy mal. Y es que hoy en día no tener absolutamente nada de dinero, hace que vivir sea muy difícil.
El amor que sentía por sus seres queridos acaba convirtiéndose en odio
Con esto no quiero decir que mi madre le dejase sin nada. Muy al contrario. A mi abuela nunca le falta su comida, sus pastillas, su ropa, ni, por supuesto, atención.
Pero claro, dejar a una anciana sin poder darles dinero a sus nietos o sin poder salir por sí misma a hacer la compra hace que pierda la independencia que consiguió hace tantos y tantos años.
Es una pena ver cómo pasa el tiempo, inexorable, con ese tic-tac que nos recuerda que Matilde, aunque respire, está muriéndose día a día. Y es que somos los recuerdos que nos quedan y a ella cada vez le quedan menos.
Mientras tanto hoy, cómo cada tarde del fin de semana, se repite la misma historia. Mi abuela comienza a tener alucinaciones y con sus babuchas, su cara maquillada, su bolso y su ropa, intenta salir por una puerta que está cerrada mientras nosotros, en la habitación contigua, intentamos asimilar lo que está pasando.
“Somos los recuerdos que nos quedan. Y a ella cada vez le quedan menos”
Supongo que el Alzheimer existe los 365 días del año y no solo en la fecha que apuntamos en el calendario como día mundial. Aunque, lamentablemente, solo nos queramos acordar de que esta enfermedad existe cuando la vemos en la lista de tendencias de Twitter y queremos conseguir algunos re-tuits escribiendo algo bonito.
Más textos de este autor de 16 años, Alejandro Berraquero, en su blog literario "Hasta que se colapse la inspiración".