Obesidad y desnutrición acechan en la Tercera Edad. Te explicamos cómo combatirlas con éxito.
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Existen una serie de razones por las que se come menos a medida que se envejece. Una de ellas es que el cerebro de los mayores envía señales de saciedad, por eso es más fácil encontrar casos de malnutrición.
La malnutrición genera los dos grandes trastornos de la alimentación en los ancianos: obesidad y desnutrición y por eso, el contenido alimenticio ha de ajustarse a las condiciones de cada persona.
Para lograr una alimentación completa se aconseja acudir al especialista para que establezca la dieta que sea más adecuada para el dependiente, y de esta forma que no padezca carencias ni excesos.
A los trastornos que pueden aparecer se suman las dificultades en la alimentación derivadas de las pérdidas de sus capacidades, de los trastornos de conducta y de los defectos en el cuidado. Cuando no pueden comer por sí mismos, el cuidador ha de hacerlo con pericia y paciencia. Esto no se logra siempre, ya que en ocasiones están inquietos, rechazan el alimento o al cuidador.
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Una de las razones por las que disminuye la ingesta en los mayores se debe a la reducción del flujo de saliva, lo que les dificulta la acción de tragar.
Por eso el puré y los alimentos triturados y jugosos serán grandes aliados. Como el sentido del gusto y del olfato se ven debilitados con la edad y, en ocasiones, los medicamentos alteran el sabor de la comida, los mayores reducen la cantidad de alimentos consumidos. El uso de prótesis dentales también puede incidir en este sentido.
Igual de importante que una buena alimentación es la hidratación. El cerebro de los mayores manda el mensaje de que el cuerpo no necesita agua, por lo que es muy fácil que sufran deshidratación.
La monotonía es uno de los grandes obstáculos que el cuidador puede encontrar. Ante este problema, hay que recurrir a la imaginación y la variedad. Por ejemplo, se pueden sustituir tomas de agua por gelatinas y frutas con alto contenido en agua.