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El día 12 de enero del año 2004, en la empresa donde entonces trabajaba, me cito en su despacho mi jefa inmediata.

 

Todo para enviarme con una familia para asistir como Gerocultor a un señor en Madrid. Me dieron la siguiente advertencia (y más que advertencia era un reto para mí y para la empresa): “José, yo como su jefa y la empresa necesitamos que usted ponga por lo alto el nombre esta institución porque tenemos un grave problema con el servicio a esta familia. De forma fehaciente, no sabemos dónde está el problema. La hija se queja de que ningún Gerocultor le sirve pues, desde que solicitaron el servicio hace seis meses, ya han pasado cuatro gerocultores y cada uno de ellos refiere motivos diferentes y la familia se queja también de motivos diferentes con respecto al servicio”.

 

Sí, lo pensé unos segundos y, asustado porque estaba de por medio la empresa, la jefa y mi puesto de trabajo que tanto necesitaba; y como me encantan los retos, acepté.

 

Me presenté al día siguiente, (jueves 13 de enero) esa noche no dormí pensando en lo que me esperaba al día siguiente. A las nueve horas fui como siempre, ya que soy muy puntual, y me esforcé por ir bien presentado y con buen talante aunque iba con unas ojeras que parecía un oso panda, pero saqué lo mejor de mí y con la mano temblorosa llame a la puerta y muy pronto me abrió la puerta y me invito a pasar un hombre robusto de una estatura como de 1.90 cm de estatura acompañado de una señora, los dos muy amables y me dijo el señor usted es Paco, le respondí que no y le explique el motivo de mi presencia a los dos. En ese momento, la señora que lo acompañaba me dijo con voz muy baja y con mímica sin que el señor se diera cuenta me susurró: sígale la corriente en todo”.

 

Ahí comprendí que ese hombre era el paciente y ella, su hija; y a continuación sin impórtale el motivo de mi visita y a que iba me invito a pasar a un salón que parecía una exposición de  obras de arte de artistas antiguos y famosos. Se dirigió, muy en especial, a un retrato enorme colgado en la pared, como tantos otros y me comentó que esa era su esposa, entonces yo le pregunte que si la señora que le acompañaba ere su esposa a lo que me respondió “ojalá fuera ella, esa es mi única hija, la que no tiene tiempo para hacerme compañía y conversar conmigo, mi mujer murió hace un año y desde ese día vivo triste y solo, soy un afortunado al tenerte a ti Paco”. A partir de ese momento comprendí que este señor lo que necesitaba era a una persona que le acompañara y le escuchara sus historias y relatos de su vida actual y pasada con atención, comprensión y cariño y además que se le hicieran preguntas concretas, cortas y con un tono de voz adecuado y bien vocalizado sobre lo que le fascinaba en ese momento (su exhibición de arte), que me mostraba con mucho orgullo paseándose conmigo en su galería de arte. Me di cuenta que tenía dificultad para hablar (afasia) y escuchar (hipoacusia).

 

Al cabo de tres horas de contarme la historia de su galería (tres veces me explicó lo mismo) me dijo que tenía sed, me ofrecí a conseguirle un vaso de agua, pero me dijo no te preocupes Paco, aquí tengo la solución inmediata saco de su bolsillo una campanilla la hizo sonar, al instante apareció un hombre con traje de mayordomo con una bandeja y en ella dos vasos de agua, me presentó como su amigo Paco y le dijo “ este hombre si escucha con acierto mis historias no como tú lo haces, sírvanos la comida pronto”

 

De prisa nos llamaron a pasar a comer, observé en ese momento, que se encontraba desorientado en el espacio, pues no encontraba el comedor (el mayordomo nos condujo al sitio indicado), tampoco atinó a sentarse en el sitio correcto (el mayordomo lo ubicó al parecer donde siempre se sentaba y a mí me ubicó frente al señor). También observé que no atinaba a coger los cubiertos en forma correcta; ahí intervine por primera vez (tomaba la sopa con el tenedor y el cuchillo lo usaba como tenedor). Me agradeció que le ayudara y a continuación expresó “que día tan tenaz hemos tenido hoy verdad Paco? Estoy muy cansado, ¿usted no?.” Comió todo con ansiedad y rápido, se levantó de su silla con poca estabilidad (acá intervine por segunda vez) y se sentó en un sillón y solicitó, muy respetuosamente, que le ayudara a levantar el reposa pies de su sillón y enseguida quedo profundamente dormido sin decir nada más.

 

Rápidamente apareció su hija con cara expresiva y con alegría, me invitó a otro sitio para que habláramos acerca de su padre, me agradeció por la actitud que había tenido con su padre y a continuación me dijo que eso era lo que ella y sus hermanos querían para su padre “ que no lo contradijera que lo escuchará con atención y conversara con él para mantenerlo activo ya que se encontraba iracundo, perezoso y vago”. Me autorizó para sacarlo de casa a caminar, ir al cine, al parque y que si le apetecía comer fuera de casa que se lo permitiera que el mayordomo me daría el dinero de lo que se hubiera gastado y que además el llevaba algo de dinero en su cartera, pero que estuviera muy atento cuando la sacara de su chaqueta porque estaba despistado con el cambio de moneda (pesetas a euros). Le recordé a la señora que no me llamaba Paco y me respondió: “a partir de hoy usted se llama Paco para mi padre y para toda la familia, amigos y médicos para no irritar más a mi padre con tantos cambios de gente”. También me dijo la patología de su padre, que tenía alzhéimer en su primera fase desde hacía diez meses. Bueno, ahí terminó mi primer turno de seis horas del día, me recibió el turno un compañero de trabajo un poco asustado según le dijeron que el señor era muy complicado y agresivo.

 

Al día siguiente llegue a las ocho horas por petición de su hija, pues tenía que levantarle y ayudarle en todo (lavado de dientes, afectado, ducha y vestirle con el traje que él eligiera para ese día), me presente en su dormitorio (ya estaba despierto), lo salude por su nombre y me pregunto “¿quién diablos es usted?” con tono de enfado. Le respondí: “soy Paco, vengo a asistirle en lo que necesite, tenemos visita al jardín botánico (quedaba a dos calles de su casa y eso fue lo que se me ocurrió decirle para motivarlo a que se levantara) y me respondió: “así es, no sé cuál de los dos está más olvidadizo, porque no me lo recordó antes”. Me permitió que le ayudara en todo (observé que tenía dificultad para asearse y vestirse solo) luego le dije que eligiera el traje, me dijo: “elíjalo usted”, lo vestí de traje con chaleco y corbata, lo llevé al comedor a desayunar y me invitó a desayunar con él, le acepte su invitación porque su hija me advirtió que no lo contradijera, el mayordomo rápidamente le puso su desayuno y al no ver mi desayuno se enfadó con el mayordomo pidiéndole que trajera otro desayuno para su amigo Paco; desayunó muy rápido y con ansiedad y en manos un visible temblor.

 

Salimos de casa con destino al jardín botánico (lo observaba nervioso, pero a su vez contento). Miraba para todas partes, se fijaba en la gente, entramos al sitio (me toco abonar la entrada pues él ni se dio cuenta que había que abonar un billete) estuvimos tres horas caminando en el recinto, él, feliz observaba todo, me hacía preguntas y me contó varias historias de su pasado, y comprendí que quería desahogarse contado sus momentos difíciles cuando llego a esta ciudad (Madrid); regresamos a casa, se le veía cansado pero muy contento, quizá por que rompió la rutina (me dijo que hacía cuatro meses no veía la calle porque sus hijos no le permitían salir a ninguna parte). A la hora de comer, la misma historia del desayuno, me invitó.

 

Y así pasaron mis primeros tres años con él, más o menos iguales, en los que le acompañé a varios sitios que le sugería que fuéramos cuando el tiempo, su salud física y mental nos lo permitía. Lo lleve al cine, parques, al Museo del Prado, al Museo del Mar entre otros, comimos fuera de casa varia veces.

 

También lo llevé al médico, cada vez que creía que lo requería, y cuando no salíamos, jugábamos domino o parchís que le encantaba, pero no le gustaba perder, le permitía ganar casi siempre para mantenerlo tranquilo y motivado.

 

En este tiempo se fue deteriorando su salud física y mental, le observaba flojo, apático, somnoliento, hasta el puto que ya no quería salir y si le apetecía lo llevaba en silla de ruedas por prescripción médica. En este periodo de tiempo, siempre me llamo Paco, algunas veces se enfadó conmigo, pero pronto le pasaba y hasta llegó a disculparse por su actuación.

 

Luego, su hija me pidió que me pasara al turno de la noche (de las 21 horas a las 9 horas antes tenía el turno de 8 horas a 14 horas). Desde ese momento ya nadie lo sacó más a dar paseo fuera de su casa.

 

A los pocos meses de estar con él en el turno de la noche, ya no reconocía a su familia (agnosia), con dificultad me reconocía como Paco; más adelante en el tiempo entró en la fase en la que veía cosas extrañas como animales que volaban en su entorno, ruidos o gente extraña que llegaba a casa por él, al pasar frente a un espejo me peguntaba quien era ese tipo que esta con Paco allá, más delirios y alucinaciones (psicótico) Los últimos tres meses de su vida estuvo postrado en la cama con oxígeno, terapia y alimentación asistida, pocas veces abría los ojos y susurraba incoherencias, para esta época no reconocía a nadie de su entorno familiar, pero faltando algunos minutos para partir hacia la eternidad con voz débil pero entendible me llamó: “Paco estoy fastidiado vámonos ya”.

 

En resumen, asistí a este señor seis años largos en los que se borraron de su mente y pensamiento todos sus seres queridos menos el de este personaje “PACO” bautizado así por él, desde el primer minuto en que llegué a su casa y hasta unos minutos antes de marcharse para siempre. En este periodo de tiempo, pasaron más de diez gerocultores que no resistieron al carácter y energía de este señor, pues los agredió e insulto, siendo yo el único sobreviviente durante este gratificante y emotivo trabajo de servir a las personas que más lo necesitan sin tener en cuenta su educación, posición social, fama o dinero, dando empatía total, sensibilidad, cariño, tolerancia, carácter, valentía y sacrificio.

La esquela que anunciaban en varios periódicos su muerte, se leía el nombre y fotografía de todos sus seres queridos más cercanos y el mío “PACO” como parte de su familia; este es el más hermoso recuerdo y la mejor gratificación que he recibido en mi bella profesión de GEROCULTOR.

Esto es lo que pude resumir, una de las vivencias con este paciente, porque, si lo cuento, todo necesitaría 100 folios más.

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