Hace unos años, siendo enfermero de una Unidad de Cuidados Intensivos de Adultos, conocí una señora que contaba con 90 años y que allí estaba, después de caer de una tercera planta (unos 10 metros de altura). Sufrió múltiples fracturas, la más grave la del esternón con una contusión miocárdica.

La señora vivía sola y tenía gran limitación funcional con la pierna izquierda, como consecuencia de un ACV cinco años atrás. 

En unas 24 horas de estancia en la Unidad de Internación, siempre jocoso con mis pacientes, le saludo al recibir el turno y me contestó, -“tú no eres de los que dice que estoy muriendo”-, le respondí, muy sonriente, - “los que se están muriendo no tienen esa sonrisa dibujada en el rostro” - “Pero, yo siempre me rio de los problemas, por eso estoy aquí con 90 años. Y tiene que saber que voy a salir de aquí caminando con mi pata coja”.

Pasado unas 48 horas, por primera vez la senté en la cama, durante unos minutos, como siempre se hace en estas pacientes para permitir la perfusión cerebral lo más completa posible y con ello alcanzar mejor oxigenación neuronal.

 

Aquí comencé a vivir una experiencia sin igual antes, la señora comenzó a llamarme “hijito querido”. Pues me pidió que le ayudara a ducharse, aún tenía restos de arena impregnado en el cabello entrecano cuasi cano, que por demás era abundante y no permitía se lo cortara.

La relación profesional/paciente fue incrementándose cada vez más con el cursar de los días, tal fue así que no dejaba que ninguno de los demás le bañara. Algo raro, pues generalmente las mujeres con edad avanzada se niegan a ser tratadas por hombres, por el tema pudor. Tampoco quería comer con los demás, creando una situación muy desagradable entre mis compañeros.

 

Pasado unos tres días más, se decide trasladarla a cuidados progresivos, pues el periodo crítico había transcurrido, yo me encontraba de descanso y al día siguiente, me encuentro la licenciada jefa de los cuidados progresivos, quien me aborda con fuerte crítica por alimentar a la paciente sin colocarle la prótesis dentaria. Era la forma en que se alimentaba la señora, pues tenía una lesión en el carrillo interno que solo se veía cuando se realizaba el aseo bucal o lo sentía la paciente con el apoyo de la prótesis. Al tener tanta dedicación a la paciente, identifiqué desde temprano la lesión. Dándoles sus alimentos en forma licuada primero y triturada o puré después. De esta manera trascurrieron unos 23 días en el hospital, que ella pedía diariamente que fuera yo a darle sus alimentos, costumbre que se hizo permanente hasta que uno de sus hijos, llegara del exterior y asumiera sus cuidados en el hogar.

 

Hoy la señora tiene 96 años y vive en ciudad México con sus dos hijos y varios nietos, manteniéndose en comunicación permanentemente con nosotros y caminando poco, pero caminando con su “pata coja” tal cual me dijo unas horas después de su terrible accidente.

 

Magnánimo. Del latín magnanimus, compuesto de Magnus ("grande") y animus ("ánimo"). Que tiene magnanimidad. Relacionados: bondadoso, espléndido, generoso, misericordioso. Estos son los términos que identifican a los autores ocultos de esas sonrisas que muestran nuestros abuelos.