Cuidadora: El primer sentimiento que me transmite mi cerebro al imaginar el significado de esta palabra es el de cariño seguido de tristeza.

 

Un poco de vergüenza aparece reflejado en el espejo imaginario en el que me estoy mirando, mientras estos sentimientos me envuelven. Vergüenza al intentar personalizar la historia de la vida real de una cuidadora, es inevitable no sentirla al compararla con las duras vivencias y sentimientos con los que conviven, las personas que necesitan estos cuidados y que no siempre tienen una persona a su lado en el instante que los necesitan.

 

El espejo sigue reflejando aún un poco de rubor en la cara, al pensar en lo que la vida ha endurecido a esas personas cuidadoras profesionales, que solo el límite de la jornada laboral les permite recuperarse para transmitir al día siguiente alegría e ilusión por la vida junto con lo que es “su trabajo”. El cariño que impulsa y es capaz de generar, las fuerzas casi inagotables durante cada periodo marcado por la luz solar y su ausencia, también endurece, para asombro de sí mismas a las personas cuidadoras de alguien de su entorno familiar. Este endurecimiento, es lo que permite seguir cuidando, estar atenta a sus necesidades más básicas, a facilitar su confort y sus movimientos para conseguir que sean las personas cuidadas, quienes se sientan lo más autosuficientes posible.

 

Aunque ante la palabra cuidadora el espejo refleja en mis pensamientos la imagen de personas con dificultades para realizar movimientos básicos, sé que esto es solo una pequeña parte de las personas que necesitan ser cuidadas. La experimentación de que sólo las personas que están cerca pueden proporcionar esos cuidados necesarios e imprescindibles para conectarse e integrarse en el mundo en que vivimos. Esto ha sido mi primera experiencia como cuidadora ayudando a los más pequeños de la familia, algo natural siempre entre hermanos y hermanas, pero más natural, cuando sus capacidades sensoriales auditivas, no les permitía percibir sonidos y conversaciones , a través de los cuales el ser humano va aprendiendo y socializándose.

Mi aportación me hacía sentirme partícipe de sus avances.

 

En la imaginaria visión del reflejo en el espejo, se me hace muy difícil personalizar. Hay demasiadas caras ocupándolo, muchas son las personas con las que he convivido que han necesitado cuidados, necesidad de ayuda cuando la vida se quiere detener por el desánimo, por no ver salida a “tu” modo de vida, por la soledad...etc., esto hace que cualquier persona pueda necesitar de una supercuidadora para cambiar el estado de ánimo y el modo de vida, que sabemos, que de continuar, no nos conducirá a la felicidad.

 

Soy mujer, inevitablemente parte del comportamiento característico de cuidadora, lo he aprendido de forma natural, sin salir de mi círculo familiar y social, dónde fue fácil desarrollar esta faceta de mi personalidad que llevo incorporada “de serie” y de la que siento un poco de orgullo por poseerla. Mi infancia, sintiéndome una persona muy cuidada y querida por mis progenitores y la madre de uno de ellos, por los habitantes de una pequeña ciudad donde se conocían las necesidades de cada persona y sentir que las personas que me rodeaban no solo trataban de satisfacer las necesidades físicas sino también las necesidades que nos hacen “crecer como personas” creciendo en autoestima, poniendo a mi alcance también cosas materiales a las que cada familia no siempre tiene acceso, haciéndome sentir una persona diferente, única y también igual.

 

Estas son las bases o los “mimbres” de una supercuidadora, añadiendo algo de formación específica, aparte de lo que la vida en su día a día me ha ido enseñando.