Hace 9 años que entro en nuestras vidas la presencia aterradora de un ladrón de vidas, sin saber casi nada del tema y de su efecto en las personas, llegó a instalarse y a alborotar lentamente nuestros días.

 

Al principio lo tomábamos como algo pasajero y divertido, pero día a día me fui dando cuenta que las cosas eran serias y que ya no habría vuelta atrás. Me comencé a informar, a buscar ayuda médica, recorrí muchos médicos e instituciones donde con tristeza me daba cuenta que el Alzheimer era una enfermedad poco dedicada y que no le prestaban mucha atención, llegándome a decir incluso “déjela no más, luego ya no sabrá nada de nada” y yo buscándolos para encontrar una ayuda, una mano un aliciente de lo que leía e informaba me comenzaba a angustiar el alma y el corazón.

 

Fueron días oscuros, mi amada Madre-Amiga, compañera, refugio, protectora, mi joya más preciada y a quien tenía puesto muchos sueños y metas por cumplir para ella y con ella, sueños de recorrer muchos lugares y disfrutar como siempre de la naturaleza, de lo bello y simple de las cosas y de la vida. Verla sonreír y verla viajar junto a sus amigas, junto a su grupo de personas de la tercera edad y ser una viejita independiente y feliz por la vida, que fuera el alma de las fiestas, de los encuentros familiares con sus hijos y nietos.

 

Pero todo lentamente se empezó a desmoronar, el ladrón de recuerdos del pasado y presente, se empezó apoderar de ella, y comenzó su trabajo y a mostrar en ella su huella, y así dejar de ser la que siempre fue. Yo solo comencé a vivir pero sin aceptar lo que pasaba, como cenar durante toda la semana el mismo plato de comida que me preparaba, a encontrar ropa doblada sin haberse lavado y ella creyendo que ya lo había hecho, o que se sentara frente al televisor y olvidara que había dejado algo puesto en la cocina y nos dábamos cuenta cuando el olor a quemado nos llegaba a nuestras narices. Que difíciles momentos los iniciales de todo esto y darme cuenta como iba dejando de ser lo que era y lo que soñaba ser hasta viejita.

 

Seguimos recorriendo este nuevo sendero de la vida entre doctores y los mismos exámenes de figuras y conversas que llegaban al mismo resultado y al frio diagnostico ante esta enfermedad que era “tiene alzhéimer solo cuídela lo más posible, no hay nada que hacer”, palabras que me desgarraban el corazón y me llenaban de rabia, impotencia y no quería aceptar que con diez minutos de atención podían diagnosticar a una persona y determinar que solo había que esperar y darle un buen pasar.

 

Paso el tiempo y un terrible terremoto en mi país nos hizo vivir una experiencia tremenda al estar dentro de casa y esta se caía alrededor de nosotros, esa noche del 28-02-2010, debí sacar a mi madre de la que fue su casa desde que había nacido y la que no volvería a ver, y llevarla a otro lugar donde empezó nuestro camino dejando atrás una vida dura para ella y dejando tantos malos momentos vividos pero que ella día a día anhela volver.

 

Me llene de deseos de hacer su camino el mejor, el más bello y que si no lo iba a recordar al menos juntos viviríamos los mejores momentos de nuestras vidas. Renunciando a formar mi mundo personal y hacer mi vida y dejar a ella en otras manos, decido enfrentar y no soltarla de la mano hasta que la vida misma nos separara solo con la muerte.

 

Comencé a realizar clases con una pizarra donde escribía cosas que ella iba leyendo y dibujos que iba reconociendo, jugábamos a armar cosas con legos, salíamos a caminar e íbamos hablando del pasado de lo que ella tenía en su mente y yo me dejaba inundar de sus cosas para que ella sintiera que hablábamos el mismo idioma, así, también, yo lograba entenderla un poco más y no sentirme tan distante de su mundo. Me preocupe de cocinarle lo que a ella le gustaba, le compraba ropita, no cara, pero si con la que ella se viera hermosa, trataba de darle gustos que en su vida se había privado tanto por su niñez humilde y pobre como después privándose por nosotros sus hijos, ella siempre se dejaba para lo último en todo y esas cosas se marcaban en mi mente y me decía desde niño que yo quería ver a mi mamá como una reina, la reina más bella del mundo.

 

Paso el tiempo y el ladrón de sueños y de vida la ataco brutalmente haciéndola enojona, agresiva, no dormía, se quería ir de casa, pasamos días sin dormir y yo llegaba en el día a dormir escondido en el baño de mi trabajo para poder descansar un poco, me toco desempeñarme en los roles más complejos que un hombre puede realizar que fue llegar a bañar a mi madre y verla desnuda y tener que tocarla lo que me hizo llorar por días porque me sentía asustado, sentía que no podía tocarla o verla así, y ella me pedía disculpa por tener que hacerlo, que difícil fueron esos momentos que hasta el día de hoy no logro dejar de hacer tratando de evitar poner mi mirada en ella. Es un respeto que nace de adentro de nuestro ser. Tenía que ayudarla a realizar sus necesidades biológicas que le costaba mucho y yo no podía creer que algo así pudiera pasarle pensaba que no iba a ser capaz de ayudarla, pero mi corazón decía que tenía que hacerlo y que debía enfrentar lo que el camino me trajera.

 

Paso el tiempo y en mi búsqueda constante de respuestas llegue a una doctora ecuatoriana geriatra, que me cambio la vida, y desde hace 5 años cada vez que la llevo donde ella, tenemos una hora tranquilos de atención y de dedicación. Yo he aprendido a sobrellevar esto con más paz y tranquilidad sin dejar de tener momentos de angustia, de tristeza, incertidumbres, de muchas lágrimas derramadas, de muchas horas sin dormir, de enfermedades que no debo hacer caso y que debo seguir aun no sintiéndome bien, de dejar de salir de vacaciones o de tener un par de días de desconexión.

 

No me quejo de mi madre solo que siento que uno como cuidador necesita tener espacio para tomar aire y llenarse de energías. Debo aprender a lidiar con los estigmas de los seres humanos que si ven un hombre realizar funciones que normalmente hacen las mujeres les extraña y no lo comprenden y ese mismo pensamiento hace que muchos no se sientan capaces de asumir estas cosas por el que dirán o para no ser mirados de forma extraña. Hoy me siento más hombre que nunca, por lo que soy y hago. He aprendido a ser lo que debo ser sin importar el qué dirán.

 

Hoy solo somos nosotros, mi madre-amiga, es mi hija que me dice “papito” y se refugia en mis brazos, trabajo de lunes a viernes de 8:30 a 18:30 que vuelvo a casa y me hago cargo de mamá hasta el otro día más los fines de semana que comúnmente estamos solos. Cantamos su música preferida, bailo y hago de payaso para sacarle sonrisas, la hago caminar cada 2 horas un poquito para que sus piernas tengan movilidad, preparo sus comidas, sus leches y alguna que otra cosa dulce que tanto le gusta, sin dejar de hacer mis funciones de lavado de mi ropa y de casa después de acostarla a las 21:30 y que se duerma como las 22:30. Cuando todo está bien paro un momento a tomar el aire y sigo preparando lo del día siguiente para luego acostarme y despertarme cada una o dos horas a mirarla como va su sueño, mi cuerpo se ha ido acostumbrando a dormir a ratos, aunque ella pase días durmiendo de corrido, yo ya no logro hacerlo.

 

Debo reconocer que igual tengo mis momentos en que no logro comprender, no logro sacarla de sus enojos y de su furia y eso me provoca momentos de dolor interno por que le llamo la atención, soy sincero que no siempre me siento feliz o en paz, que siento cansancio, pero recuerdo cuando ella me sostenía en sus brazos en mi niñez o estaba junto mi cama, sentada toda la noche en alguna enfermedad y ella no se movía y al otro día seguía estando ahí para mí.

 

Como disfruto mirarte, acariciarte, olerte, sentirte y gravarte en lo más profundo de mi ser por siempre. Es tanto lo que ella me ha dado que ahora todo lo poco que hago es un grano de arena en una inmensa playa de su entrega por mí, en mi vida hasta hoy que me mira y me dice “hijito o papito te amo”.

 

Soy un hijo inmensamente feliz.