Hace poco más de un mes aterricé en Medina del Campo...

 

Quizá un poco nervioso al pensar que me enfrentaría a un gran reto profesional, trabajar con personas que quizá, no recordarían ni si quiera mi nombre y tendría que volver a recordárselo día a día. Y tras esta circunstancia pensé en hacer de mi trabajo algo maravilloso.

 

Empezar cada mañana como si cada jornada laboral supusiera mi primer día de trabajo. "Hola, me llamo Emilio y seré vuestro terapeuta ocupacional, hoy".

 

De este modo empecé a hacerme partícipe de las vidas de las personas a las que tengo el honor de acompañar en mi desempeño profesional. Ellos no se acuerdan de mí, pero yo sí que se quien son ellos.

 

Trabajar con personas con alzhéimer me está enseñando el valor de preservar la dignidad y poner en valor la vida de cada ser humano. No hacen falta las grandes historias vitales, desde una modista, pasando por un panadero o un ama de casa, todos ellos tienen algo en común, seres humanos únicos que construyeron un proyecto de vida. Traer a su memoria esos momentos y que esbocen una pequeña sonrisa, es mi mayor gratificación.

 

También estoy descubriendo que cuando esta enfermedad avanza, las personas vuelven a empezar, quizá como yo, a ser un niño. Los momentos más mágicos y especiales es hablarles despacito de aquellas tardes de verano junto a su mamá o como ayudaban en el taller de su padre. Tras un rostro arrugado se ven esos ojos de chiquillos cuando, tal vez, conocieron a su primer amor, que ahora ya, tampoco recuerdan.

 

Ojos cargados de ternura cuando, no hace muchos días, compartían un rato con los niños de una guardería de Medina del Campo. Allí juntamos las manos de los niños con la de los mayores, en un gesto en el que, para mi, se dibujaba el mensaje de que la ancianidad, con alzhéimer, es un retorno a la niñez.