Tulia, una de tantas pacientes que he cuidado desde hace más de 25 años, dejó una gran lección para mí. 

Quiero expresar ya que me llena de orgullo todo lo que aprendí con ella en las aulas de clase sobre el trato y cuidados de este tipo de pacientes.

 

Tulia, una mujer de 75 años con la que su familia no sabía qué hacer, se desesperaban ante la situación, no lo entendían y pensaban que con este episodio era peligrosa. Me contactaron para ver qué se podía hacer, como podían tratarlo sin que requiriera  internarle en un centro psiquiátrico.

 

Entonces pregunté qué hacía ella antes, respondiendo que era una mujer muy cabal, manejaba la hacienda familiar donde crió a sus 9 hijos, daba las ordenes de ordeño, manejaba las cosechas y todo lo relacionado con la vida de campo.

 

Físicamente se le veía bien aunque muy alterada, asustada al no reconocer a personas que le cuidaban, aunque fueran sus familiares, ahora para ella eran extraños; me acerco y saludo con toda tranquilidad,  “Tulia, ¿qué haces?, ella responde; “Antonio, no sé qué hago acá y me refundieron la plata de pagarle a los jornaleros esta semana”, entonces yo pregunto que si tenían una cartera grande y algunos billetes de juego y si me los han dado le entrego a ella, le digo; “acá tienes la bolsa con el dinero” ella lo revisa y responde; “ójala esté completo, con tanta gente nunca se sabe”. Queda mas tranquila.

 

Accede a asearse pero incluso para dormir tenía su cartera metida debajo de la almohada. Uno de sus hijo me reprocha por creer que me burlo de la mamá; al contrario, esta enfermedad no tiene cura y no hay por qué agobiarles tratando de conectarlos con el aquí y ahora en tiempo y espacio, simplemente lo que ellos digan o pregunten continuar con la conversación a menos que tenga relación con duelos por sus familiares ya fallecidos.

 

Tulia pregunta por su mamá, le respondo que está en el mercado, no demora y al ratito se le olvida, pero si se le repite que ella falleció se angustia y hace un duelo innecesario, Antonio un yerno suyo me miraba fijamente y me decía “mire Antonio donde yo diga lo que se de usted la gente va a quedar boquiabierta no me haga hablar”, para mí era fantástico, le preguntaba sobre el personal de aseo, si trabajaban bien, si le gustaban las personas que trabajaban en la casa, ella cuando la señora del aseo estaba trapeando el piso le decía; “eso para sirvienta nació y sirvienta morirás”, como ellas conocían de su enfermedad simplemente les daba risa, salía por los lados del garaje, se pasaba de un lado a otro por encima del capó, la llamábamos; “¡¿Tulia, dónde estás?!, llegaba aterrada que había mucho tráfico y los carros no se podían mover, había tenido que llegar caminando por que, qué más podía hacer.

 

Era tan preciosa con todas sus ocurrencias de la vida cotidiana, todo se convertía en hacernos llevadero el estrés del trabajo con sus ocurrencias mandando, regañando, corrigiendo… Todos le preguntaban si hacemos esto o aquello, ella daba instrucciones en la cocina, la lavandería y lo hacía muy bien, también revisaba si algo estaba mal, me buscaba a darme la queja… Así pasaron más de 8 años donde se fue deteriorando y finalmente fallece. Fue terrible para todos pues se hizo querer tanto que el duelo fue grande y parece que el alma de la casa nos abandonó, pero la experiencia que con mucho amor y respeto, se le hizo mas llevadera su enfermedad y ella nos participó de su mundo, su inocencia y sus consejos.

 

Por todo esto que le doy gracias a la vida de ponerla en mi camino, el aprendizaje fue fantástico.

 

Gracias Tulia mucha paz donde estés.