Parece que la tarea de cuidar se está desprestigiando. Hecho lejos de la realidad. Cuidar es un acto que muestra nuestra humanidad, el cariño y la cercanía hacia otras personas. Nuria Garro, pedagoga y psicopedagoga, nos habla de la importancia de inculcar una cultura del cuidado.
En las noticias, en las publicaciones, en las redes sociales, en los medios… cuidar parece tener siempre un sentido negativo.
Normalmente se asocia con el sentido de carga, el síndrome del cuidador quemado, la falta de recursos o apoyos o el futuro desolador de una sociedad cada vez más envejecida y enferma.
Pocas veces se habla del cuidado de mayores y personas dependientes desde un punto de vista positivo. Tampoco se suele dar voz y ni poner cara a aquellas personas que han hecho del cuidado algo satisfactorio, significativo, querido y beneficioso.
Las virtudes del cuidador
Rara vez se transmite en los medios las virtudes que tiene el cuidado, sobre todo cuando se cuida en la familia (fuera de la familia cabría hablar más bien de asistencia).
Pero no solo las capacidades intrínsecas a la familia como la unión y la cohesión familiar; la solidaridad intergeneracional; la educación en valores; la transmisión de un sentido de la vida; el amor incondicional; la donación y la gratuidad. Sino también virtudes sociales, que la familia vuelca en esa sociedad que la rodea y da contexto.
Sin embargo, la sociedad no siempre las valora ni las reconoce o valora como institución social: sociabilidad y socialización de las nuevas generaciones, humanización de las relaciones, ayuda y servicio a los demás, solidaridad intergeneracional, cohesión social.
El futuro de los mayores
Cada vez preocupa más qué será de esta sociedad envejecida que no parece estar en situación de poner sus esperanzas en las nuevas generaciones, principalmente por la falta de “reemplazo generacional” (nacen menos niños y cada vez hay más mayores), pero también por los diversos cambios culturales, económicos, políticos y sociales.
Una y otra vez se lanzan mensajes como: “¿quién cuidará de los mayores?”. “¿Quién se va a hacer cargo de ellos?”. “¿Podrá el Estado de Bienestar garantizar su bienestar (valga la redundancia) por mucho más tiempo?”.
Pero… ¿y la familia? ¿No es quien verdaderamente puede garantizar el bienestar de todas las personas? ¿No debe ser el Estado subsidiario de esa familia que por naturaleza es cuidadora? ¿No deberían los medios de comunicación y sistemas sociales empoderar a la familia en aquellas funciones que le son propias?
La pregunta que cabría hacer es si nuestra sociedad es capaz, y si lo es, en qué medida está creando una verdadera cultura de cuidado. Si pretendemos poner la esperanza en esa generación joven (hay países como Japón, EEUU y algunos de Europa, entre ellos España, que ya apuestan por la fabricación de robots cuidadores).
No podemos esperar que la generación joven por sí sola y de la noche a la mañana vaya a hacerse cargo de una labor tan importante como es cuidar. Labor para la que, en muchos casos, no se les está preparando, educando, ni llegan a ser conscientes de su alcance y consecuencias tanto a nivel familiar como social.
Implantar el cuidado como hecho positivo
Si de verdad queremos crear una cultura de cuidado, el foco de interés no debe ser el ahorro económico que supone para el Estado, como es habitual, sino la PERSONA y su necesidad básica y vital de ser cuidada; saberse querida y reconocida; vivir con dignidad y ser feliz.
Para ello debemos plantearnos seriamente qué tipo de valores, convicciones y sentido de la vida estamos transmitiendo a las generaciones más jóvenes. Y sobre todo, qué mensajes llegan a estos jóvenes desde los medios de comunicación y redes sociales, la escuela y la universidad, la sociedad entera, su entorno próximo e incluso la familia.
Muchas veces he oído a abuelos o padres decir “el día que esté enfermo o sea mayor no quiero ser una carga para nadie. No quiero molestar a mis hijos o nietos con mis problemas, que bastante tienen con lo suyo. Prefiero quitarme de en medio”.
¿Carga? ¿Molestia? ¿Es que la vida no está llena de cargas y de molestias? ¿Es que ellos no tuvieron también numerosas cargas y molestias? Y a todo ello hay que sumar el cuidado de todos los familiares y allegados.
Es curioso cómo los jóvenes a día de hoy estamos dispuestos a pasar, en el ámbito socio-laboral ,por todo tipo de cargas y molestias (y cosas peores) sin rechistar. Y sin embargo, cuando se trata de familia parece que la salida o la huida son más fáciles. Además, ya están ya justificadas por nuestros propios familiares.
Esas frases dichas con la boca pequeña siempre me “chirrían” y me llevan a pensar si de verdad no quieren ser una carga y prefieren desaparecer (que lo dudo, ¿quién no quiere envejecer y morir en familia, cuidado, querido?), o realmente se anticipan a ese posible rechazo o abandono que saben que se puede dar por parte de hijos o nietos y prefieren ahorrarse el mal trago.
La sociedad actual debe plantearse seriamente si de verdad estamos creando una cultura negativa del cuidado:
+¿Nos beneficia oír y leer constantemente sobre el sentido negativo que lleva asociado la dependencia y el cuidado?
+¿Conviene establecer esa relación directa entre cuidado y estrés del cuidador o síndrome del cuidador quemado?
+¿Estamos predisponiendo a las generaciones jóvenes a rehuir el cuidado?
+¿Estamos impulsando a las generaciones mayores a auto-convencerse de que no tienen por qué ser cuidadas?
+¿Estamos desligando el cuidado de la familia y sus relaciones, que es donde verdaderamente se cuida?
+¿Conseguiremos obtener cuidados de una generación que aparentemente se caracteriza por la independencia, la autorrealización, el individualismo y el disfrute personal?
+¿Estamos aprovechando el cuidado como una oportunidad de educación de las nuevas generaciones?
+¿Se pone en valor y se da visibilidad y reconocimiento público al capital social que genera la familia cuidadora?
+¿Se sabe apreciar y reconocer que una sociedad cuidadora genera relaciones más humanas que crean tejido social?
Blog de Nuria Garro Gil "Aprendiendo a Cuidar"