Una de las circunstancias más preocupantes para los cuidadores es el sentimiento de culpa que les genera desatender, por motivos laborales o de otro tipo, a la persona a la que cuidan. Juan Moisés, doctor en Psicología, te da las claves para superarlo.
Quizás este sentimiento no es tan frecuente que se produzca con los cuidadores profesionales que cumplen con su jornada de trabajo y "desconectan" hasta el día siguiente, pero entre los cuidadores familiares, o los que hayan establecido un vínculo emocional fuerte, suele aparecer cuando tienen que atender otras labores.
Igualmente cuando se trata de una dolencia o enfermedad que requiere pocos cuidados, los sentimientos no son tan fuertes como en el caso de una patología que precise una continua atención por parte del cuidador. Como ocurre con los pacientes de enfermedades degenerativas en fases avanzadas, como el Alzheimer.
Los sentimientos de culpa mal canalizados pueden ser autodestructivos, afectando a la cantidad y calidad del sueño e impidiendo llevar una vida social, que en muchos casos es liberadora y necesaria.
Pensemos en unos padres primerizos que dejan por primera vez a su bebé a solas porque tienen que acudir a un acto social. Si saben controlar el sentimiento de culpa sabrán que su pequeño ha quedado en buenas manos y que si hay problemas les avisarán. Si no saben controlarlo, estarán nerviosos, sin prestar atención ni disfrutar de aquello que hacen, llamando continuamente para comprobar si el pequeño duerme y está bien.
Pues igual pasa con un cuidador. Aunque parezca extraño debe adoptar una postura profesional. Tiene que ser capaz de desconectar cuando tenga que hacer otras ocupaciones y procurar mantener una vida social activa.
¿Por qué es tan necesario "desconectar"?
Uno de los fenómenos que más preocupan en una sociedad como la nuestra, donde los pacientes y mayores suelen estar a cargo de sus familiares, es que el cuidador se "queme". Es decir, que pierda el interés por aquello que antes le motivaba, debido a que ha dejado todo en su vida, para centrarse en exclusiva al cuidado de su familiar.
Esto acarrea un agotamiento físico y mental que puede llegar a poner en peligro la salud del cuidador.
Y muchas veces, este exceso de atención no se produce tanto por la enfermedad del paciente ni por sus demandas, sino por la culpabilidad que aflora en el cuidador, que le impide "desvincularse" mental y emocionalmente del paciente.
A veces, es tan fuerte que, incluso se siente físicamente mal cuando realiza tareas y recados para la persona a la que cuida, como ir a comprar su comida o sus medicinas.
Cuando el cuidador principal delegue el cuidado en otra persona debe sentirse libre de hacer aquello que quiera: salir con las amigas a desayunar, ir al cine por las tardes… De esta forma gana en calidad de vida.
Un gesto tan simple, pero a la vez tan importante, que va a repercutir, a su vez, en la atención que se preste al dependiente. Y aunque los primeros días puedan surgir pensamientos de culpabilidad cuando se compruebe que no pasa nada, éstos irán desapareciendo.
La vida social no es algo banal y sin importancia, sino que es necesaria para liberar tensiones. Mantenerla puede ayudar al cuidador a crear una red de personas de confianza que le echen una mano si tiene que salir o atender algún asunto.
Todo esto se puede conseguir con pequeños cambios que mejorarán la vida del cuidador y, por tanto, la de la persona cuidada. Ahora que lo sabes ¿Qué vas a hacer?